Crónica
Noticias
podcast
ficha técnica
La guerra detrás de En la puta vida
Estaba en un tren. Era de noche, no sabía dónde iba a hospedarse y apenas recordaba el idioma. Había llamado a su amigo varios días antes para recordarle que iría a Milán, pero no le contestaba. Y se sentía sola y nerviosa hasta que fue a tomar un café al vagón-restaurante y se cruzó con un teléfono público.
A dos horas de llegar a una ciudad donde iría a investigar un caso de tráfico de mujeres, su amigo le respondió el teléfono y le dijo que la iría a buscar a la estación. Se encontró con el periodista que le informó de la situación, Luca Fazzo, de La Repubblica, y fue él quien la dirigió al Palacio de la Justicia.
Era 1992 y María Urruzola (1954) estaba en Milán, donde se estaba abriendo un juicio por corrupción, proxenetismo y tráfico de mujeres. Los inculpados eran 23 personas: 21 hombres uruguayos y dos mujeres italianas.
Cuando le presentaron al fiscal del caso, este le dijo:
–¿En su país hay policías o jueces honestos?
–Jueces conozco a algunos –contestó Urruzola.
–Pues yo no he logrado entrar en comunicación con ellos –respondió.
Su trabajo se convirtió en una investigación periodística que se publicó en Brecha, primero, durante varias semanas y, después, se unificó en un libro llamado El huevo de la serpiente (1992). En el libro hay varias historias sobre esta red de tráfico Montevideo-Milán. Una es la de “la joven de Milán”, una chica de 23 años que se fue con la ilusión de trabajar un año en prostitución y volver con ahorros para abrir una peluquería en Montevideo. Esa historia iría mucho más allá de un caso periodístico de gran calibre. Aparecería, también, en la gran pantalla.
Siempre que llegan los 8 de marzo, se le asigna a alguna mujer en la redacción escribir una nota sobre el Día de la Mujer. El año 1988, en Brecha, la encargada fue María Urruzola. Para no aburrirse, ni aburrir a los lectores del semanario, encontró el caso de una mujer que asaltaba casas de crédito y a la que la prensa policial le había bautizado como Pepita la Pistolera.
Después de entrevistarla en la cárcel, escribió su nota sobre el Día de la Mujer y la tituló Solo una mujer. Esa nota la leyó Esteban Schroeder, director de CEMA, una productora audiovisual independiente. Encontró que la historia era fascinante. Gracias a él y a otros amigos en común, antes de “la Joven de Milán”, Beatriz Flores Silva (1956) y María Urruzola ya se habían conocido.
Flores Silva, que vivía, producía y estudiaba en Bélgica, fue contratada por CEMA para dirigir la historia de Pepita la Pistolera (1993), su primera película en Uruguay. No tenían a nadie que tuviera experiencia en ficción y le pidieron que transformara la historia en una película.
Para escribir ese guion, se fue a Los Ángeles, donde estaba su coguionista y, para terminar de formar el personaje y lograr coherencia en la historia, le pidió a CEMA que mandaran a Urruzola a hacerle preguntas a Pepita la Pistolera. Solo así podría terminar de escribir.
Y mientras Flores Silva rodaba, Urruzola estaba en Milán cubriendo una historia que sería pie para su siguiente película, El huevo de la serpiente. Cuando le mostró el manuscrito a Flores Silva, ella, con su bagaje de ficción y cine, le sugirió que le diera más atención y fuerza al personaje de “la Joven de Milán”. “Uno tiene que atarse y preocuparse por lo que le pasa a un personaje, no a toda una mafia”, dice Flores Silva, quien entiende la ficción de esa manera.
Hay historias que surgen de uno mismo y, después, están las que se cruzan con una persona y no lo dejan tranquilo. A Flores Silva no fue que le gustó la historia, pero tenía un imán hacia ella que le hacía hacerse preguntas, involucrarse, apropiársela. Fue entonces que una historia policial de una mafia de trata de blancas que protagonizaba la policía italiana se fue convirtiendo, poco a poco, en otra cosa: investigó, habló con prostitutas uruguayas e, incluso, entrevistó a “la Joven de Milán” cuando coincidieron en Uruguay.
Gracias a ese proceso, Flores Silva entendió que, en realidad, la mujer que decide prostituirse porque es su último recurso para no morir de hambre es un cliché. Detrás de la prostitución, proveniente de una clase media baja, había sueños y metas por cumplir. La intención de la película pasó a ser la de mostrar qué hay detrás de una prostituta que cae en una red de tráfico de mujeres.
El huevo de la serpiente fue publicado en 1993 y, pocos años después, Flores Silva le propuso a Urruzola comprarle los derechos de su libro. Ella se los vendió y no tuvo nada más que ver con la película. En la puta vida se basó en el libro, aunque puso el foco en otra parte y, por necesidades de producción y de un idioma compartido, la historia sucedió en Barcelona y no en Milán. La película es muy fiel a la realidad, pero también es muy libre en la ficción.
María Urruzola
Cuando Flores Silva estaba estudiando en Bélgica, incluso antes de Pepita la Pistolera, empezó a ir a los festivales de cine de estudiantes y conoció a un chico venezolano del que se hizo muy amiga. Años después, él sería director de fotografía en sus películas. Su amigo tenía de profesor a János Kovácsi (1949), un guionista húngaro que se interesó en los trabajos de Flores Silva. Mientras todavía era estudiante, Kovácsi aceptó hacerle una tutoría gratis. Ella agarraba un auto y hacía 21 horas de viaje hasta Budapest.
Lanzada en el mundo profesional, Kovácsi se volvió su coguionista tanto en Pepita la Pistolera como en En la puta vida. Si para la primera película Flores Silva tuvo que seguirlo hasta Los Ángeles, en la segunda tendría que seguirlo a Carolina del Norte, becada por la fundación Fullbright para realizar una investigación sobre producción en la North Carolina School of the Arts, donde trabajaba Kovácsi. Flores Silva iba a clase durante el día y, por la tarde y noche, tenía sesiones con él y trabajaban el guion.
“Cuando empezás a trabajar en un proyecto, tenés que hacer mucho esfuerzo sin que nadie te pague y empezar a postular a fondos”, explica Flores Silva. Se postuló a 40 y solo ganó cuatro, los suficientes para comenzar a producir y rodar la película. Además, tuvo que hacer coproducciones con España y con Cuba. “Cuba siempre fue, para los productores latinoamericanos, como un fondo más porque los cubanos han participado mucho en las producciones de América Latina”, dice.
Flores Silva luchó durante siete años por hacer una película cuya esencia le había fascinado. La directora de En la puta vida, que aprendió a oficiar también de productora, tuvo que salir a tirar de un carro enorme porque la industria uruguaya en aquel momento no tenía, ni siquiera, ley de cine.
Cuando empezás a trabajar en un proyecto, tenés que hacer mucho esfuerzo sin que nadie te pague y empezar a postular a fondos
Beatriz Flores Silva
Con guion pronto y fondos para hacer la película, En la puta vida contaría la historia de Elisa, una mujer que sueña con tener su propia peluquería en Montevideo. Sin recursos y con dos hijos, empieza a trabajar como acompañante y, con el tiempo, entra en el mundo de la prostitución. Con su amiga Lulú, consiguen que su proxeneta las instale en Barcelona para hacer dinero y volver a Montevideo a cumplir su sueño.
Pero las cosas no salen como ella esperaba: los maltratos por parte de su proxeneta, las peleas con otras prostitutas y con travestis y la muerte de su mejor amiga, llevan a Elisa a colaborar con un policía que le ayuda a volver a Montevideo y a escapar de ese mundo.
La película se rodó durante el año 2000 y la preparación fue ese mismo año. Había que encontrar a las personas que representarían a Elisa, el personaje principal, y al Cara, el proxeneta. Por esa época, Mariana Santángelo (1975), argentina, estaba trabajando en teatro y en comerciales. Llegó al casting de En la puta vida, justamente, por la agencia de modelos que la mandaba a castings de comerciales.
La probaron con una escena que después nunca estaría en la película. En realidad, esa escena se transformó en el momento en el que Elisa le cuenta al Cara su sueño de abrir una peluquería. Después, hizo una completamente diferente, cuando los dos personajes se enfrentan por el pasaporte de Elisa y él termina golpeándola.
La propia Flores Silva le contó a Santángelo que miró la grabación de su casting muchísimas veces durante las siguientes dos semanas. La miró con todo el equipo, con los productores de Bélgica, con los de España, con los hijos, con el exmarido. La actuación de Santángelo le tocaba una fibra. Había una tensión en ella, una violencia contenida, una rabia que no podía obviar. Era la única que la metía adentro de la situación.
Cuando se decidió, la llamó por teléfono. Se presentó, le comunicó la noticia y le dijo que le mandaba el guion. Quedaron en que Santángelo iría a Uruguay para los ensayos y las pruebas de vestuario. Bruno Aldecosea, el director de casting de la producción, comentó que a Silvestre “lo eligió al verlo entrar” en Buenos Aires. Apareció de traje y con un anillo de oro cuadrado que le daba un aire de proxeneta. Además, cumplía con los requisitos de saber cantar y tocar la guitarra, por lo que enseguida se convirtió en el Cara.
“Los uruguayos estaban furiosos conmigo porque querían que seleccionase uruguayos, pero yo no tenía ningún compromiso”, cuenta Flores Silva. Es que, claro, en Uruguay nadie la había financiado y tuvo que conseguir el dinero afuera. Hubo tres castings, en Buenos Aires, en Montevideo y en Barcelona, para la parte que se rodaría allá. Los dos actores principales, Elisa y el Cara, se consiguieron en un mismo día en Argentina. Los demás, se consiguieron en Uruguay.
Mariana Santángelo
Flores Silva gritaba “acción” y empezaba el motor. El rollo de película 35 milímetros corría y Santángelo, que debía cruzar la calle para esa escena, no lo hacía. El ómnibus de la escena estaba cada vez más cerca, y no cruzaba. Estaba a doscientos metros y tampoco cruzaba. Las cintas, que eran costosas, estaban siendo desperdiciadas.
A Santángelo le daba miedo cruzar la calle y que la pisara un auto. Un rodaje es una complicación, tanto a nivel de producción como a nivel actoral. Este duró, en total, dos meses. Las primeras cinco semanas fueron en Montevideo y las demás en Barcelona. Flores Silva no lo tenía fácil. En la puta vida era una película con muchos actores, muchísimo decorado y de una responsabilidad enorme: si el proyecto no se llevaba a cabo de manera profesional, no solo estaría desperdiciando los fondos que había ganado la película, sino que entraría en deuda y perdería toda credibilidad a la hora de seguir aplicando a fondos.
Quizá por eso la película se haya hecho de manera tan profesional: había mucho en juego.
Los primeros días de rodaje fueron en el Mercado del Puerto y en El Cerro. Ahí se rodaron escenas como la de García yendo a buscar a Elisa en una moto con sidecar y la de ambos teniendo relaciones sexuales en un depósito. En esas escenas aparecieron Augusto Mazzarelli (1952), interpretando a García, e Ileana López (1963), interpretando a su mujer. Su participación en la película duró eso, las primeras escenas de En la puta vida. Veinte años después, hay momentos que relatan como si hubieran sido ayer.
Para la toma en que García va a buscar a Elisa en la moto, se usó un camión de bomberos para simular la lluvia. Las tomas se hicieron varias veces porque, en algunas, la lluvia aparecía solo en la mitad de la pantalla. Y en cada toma hecha de vuelta, no solo se mojaban los actores, sino también el vestuario.
Estaban rodando en una placita en Jacinto Viera y hacía frío. Entonces, cuando se mojaban, se iban a las casas de los vecinos a secar la ropa y a tomar caldo de pollo para no congelarse. Después, volvían a ponerse el vestuario, que nunca estaba del todo seco, y seguían rodando. Esa escena fue un sufrimiento.
Otros momentos del rodaje fueron más alegres. Todo lo que se filmó en el Mercado del Puerto fue “una fiesta”, recuerda Mazzarelli. Flores Silva le otorgó el adjetivo “incipiente” a la industria de cine nacional en aquellos años: sus patrocinadores del Mercado, por ejemplo, no contribuían con dinero, sino con servicios.
Ahí fue donde filmaron la escena sexual entre Elisa y García. Se filmó varias veces. En la primera, Elisa disfrutando y García preocupado. En la segunda, Elisa preocupada y García disfrutando. En la tercera, ambos preocupados. En la cuarta, ambos disfrutando. Después, se usaría la escena que mejor quedara en la película. Así lo recuerda Mazzarelli, que destacó la forma de dirigir actores que tiene Flores Silva. López y Santángelo también lo recuerdan.
“Uno de los problemas en Uruguay es que no había experiencia cinematográfica y los actores venían del teatro”, recuerda Flores Silva. No tiene nada en contra del teatro, pero es un tipo de actuación diferente al que se hace frente a una cámara.
Flores Silva incorporó la técnica de dirección Stanislavski y profundizó toda su vida en ella. En vez de darles el texto a los actores, les explica lo que quiere del otro personaje, al que le están hablando. Entonces, ellos van inventando el texto que ella ya escribió, pero con sus propias palabras. A veces, sugiere ciertas palabras a las que el actor no está llegando, pero la técnica parte de una motivación de querer actuar sobre otro personaje.
“Es como una entrenadora de boxeo para enseñar a actuar”, dice López, cuya carrera en el cine profesional empezó con Flores Silva y sus películas.
La técnica Stanislavski da cierta libertad que a Santángelo, por ejemplo, le permitió no sentirse presa del texto después de tanto tiempo rodando. Después de cada jornada de rodaje, Flores Silva veía las cintas reveladas por la noche para ver si había que volver a filmar. El día en que hicieron la escena en que Elisa le corta el pelo al Cara, Flores Silva se encontró con un baño lúgubre y una Elisa de salto de cama color rosado, hablando de sus sueños, de una peluquería. Ahí fue donde Flores Silva encontró su estilo. Y se lo comentó a Santángelo.
Si en Uruguay el estado de la industria cinematográfica les hizo más barato el rodaje, en España sería una película más. En Barcelona, había que pagar los precios que había que pagar y, por eso, en la segunda parte del rodaje tuvieron que estirar al máximo los recursos.
Después de cada jornada de rodaje, Flores Silva veía las cintas reveladas por la noche para ver si había que volver a filmar. El día en que hicieron la escena en que Elisa le corta el pelo al Cara, Flores Silva se encontró con un baño lúgubre y una Elisa de salto de cama color rosado, hablando de sus sueños, de una peluquería. Ahí fue donde Flores Silva encontró su estilo. Y se lo comentó a Santángelo.
Bruno Aldecosea
Algunos eran disfrazados, pero la mayoría eran reales y muy anárquicos. Todas las escenas en las calles de Barcelona con travestis fueron un infierno. Siempre es difícil filmar en la calle, porque hay que decorarla y hay que controlar la luz de alguna forma, pero el ambiente lo hizo mucho más pesado de lo normal.
Pasaron de los problemas de frío en la plaza Jacinto Viera al calor del verano europeo y los problemas de luz: querían filmar de noche, la oscuridad duraba poco y las horas para rodar, por día, eran pocas.
Santángelo tilda esa segunda parte del rodaje de “guerrillero”. En Uruguay había más resguardo porque había locaciones internas y, además, se sentía más cuidada por los propios uruguayos. En España, se cambiaba de vestuario en baños públicos de bares e iba de acá para allá con las botas altas que se había traído con ella desde el primer rodaje. Como el camarín no existía, Santángelo y las otras actrices que hacían de prostitutas andaban así vestidas por el barrio Gótico de Barcelona.
Durante la grabación de la escena del cumpleaños de Lulú, los hombres que pasaban por ahí pensaron que las actrices eran un grupo real de prostitutas y, para lograr sacarlos de allí, la producción tuvo que llamar a la policía.
Fueron dos semanas muy intensas. Solo Flores Silva y Santángelo habían estado en absolutamente todas las escenas de la película. La directora detrás de cámara y la actriz principal delante, pero también dando letra a los actores para facilitarles la actuación.
Una vez terminado el rodaje, Flores Silva se volvió a Bélgica. Pisado el aeropuerto, se desmayó del cansancio que traía después de dos meses de un rodaje intenso en Montevideo y en Barcelona. La llevaron en una ambulancia a la enfermería y el médico le preguntó qué le pasaba.
–Vengo de una guerra –respondió Flores Silva.
–¿De qué país viene?
–De acá, acá hubo una guerra –dijo.
Se hizo un premontaje del material rodado en Imágenes, una isla de edición en Montevideo. Ahí, el que estuvo a cargo fue Daniel Márquez. Trabajaba durante el día con Flores Silva, que siempre participa de los procesos de edición en sus películas. De noche, en la misma isla, trabajaban Fernando Epstein, Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella en 25 Watts. Epstein cuenta que haberse cruzado con Flores Silva, porque él trabajaba en la isla de edición durante el día, fue clave para su película.
Quizá, si Flores Silva no hubiese decidido hace ese premontaje en Montevideo, 25 Watts no tendría el reconocimiento que tiene. La edición final de En la puta vida se hizo en Bélgica y la mezcla de sonido en Santiago de Chile. Fue en el montaje que se introdujo la banda sonora de la película: tangos a cargo de Carlos da Silveira. Una de las funciones que cumple es la de dar continuidad a las escenas sin grandes cortes en el ritmo. A su vez, el tango agregó una carga nacional a la historia.
Flores Silva sabía que la prensa se iban a interesar en una película de esas características de producción. Por eso destinó mucho tiempo a los medios. Era publicidad gratis. La expectativa continuó con la cantidad de personas que estaban asistiendo al festival de Cinemateca a ver la película. Se colmó cuando los actores, la producción y Flores Silva aparecieron en varias limosinas. Bajaban en una alfombra roja entre luces, como si fuera Hollywood.
Enseguida aparecieron las críticas por gastarse parte del presupuesto en aquello, pero la realidad era totalmente diferente. Flores Silva le había pedido la alfombra a la Intendencia de Montevideo, de préstamo, y Mazzarelli había aportado las lámparas. Con respecto a la limosina, era la misma que daba vuelta a la manzana y recogía al equipo en la parte de atrás de Cinemateca. Como si fuera Hollywood, pero era Montevideo.
El 7 de abril de 2001, En la puta vida abrió el festival de cine de Cinemateca en el Cine Plaza frente a 2.000 personas. En esa sala se conocieron algunos de los actores. Mazzarelli recuerda haberse sentado al lado de Silvestre, el actor que representaba al Cara. Cuando apareció García en la película, Silvestre le comentó lo bien que estaba y Mazzarelli respondió lo mismo. Entre susurros, Santángelo escuchó varias veces salir de la boca de los propios espectadores que la película “no parece uruguaya”.
Es que no se quedó solo en Uruguay. Llegó a estar entre las últimas diez películas seleccionadas antes de las nominadas para los Premios Óscar y participó en festivales en San Sebastián, Huelva, en Madrid, Mar del Plata, Chile, Miami, Los Ángeles, Montreal, Nueva York y Toronto. Como dice Santángelo, “a esa película solo le faltaba ganar el Óscar”, porque fue una experiencia humana y profesional de un crecimiento gigante.
Cuando la película se estrenó, la crítica fue positiva. Pero, según Flores Silva, hubo una especie de transformación en la que la película pasó a ser tildada de comercial. Habiendo trabajado siete años para lograr hacer la película, tras haberse presentado a 40 fondos y tocar una temática de carácter social como es la trata de mujeres y la prostitución, no lo comprende. Ni lo comprende, ni lo comparte. Puede que tenga algo que ver con el hecho de que, al día de hoy, con 145.000 espectadores, siga siendo la película más vista de la historia de Uruguay.
Beatriz Flores Silva
espectadores
Según contó Beatriz Flores Silva, destinó mucho tiempo a dar entrevistas a los medios, con el objetivo de publicitar aún más su película. En esta sección te mostramos algunas notas que salieron en dos semanarios de la época.
¿Querés saber qué decían los periodistas en el año 2001 sobre la película?
¿Qué dicen los críticos?
Conversamos con seis críticos uruguayos para conocer sus opiniones sobre En la puta vida
ficha técnica
dirección
Beatriz Flores Silva
guion
Beatriz Flores Silva / János Kovácsi
producción
Beatriz Flores Silva / Stefan Schmitz
dirección artística
Mateo Tikas
dirección de sonido
Ricardo Castro
fotografía
Francisco Gózon
montaje
Marie-Hélène Dozo / Daniel Márquez
asistente de dirección
Manuel Nieto Zas
elenco
Mariana Santángelo / Silvestre / Josep Linuesa / Andrea Fantoni / Martha Gularte / Fermi Herrero
país
Uruguay / Bélgica / España / Cuba
fecha de estreno
7 de abril de 2001 (Uruguay)
género
Drama / comedia
duración
103 minutos
formato de captura
35 mm
formato de exhibición
35 mm
productora
BFS Producciones / Saga Film / Avalon Productions / ICAIC
presupuesto
US$ 1.500.000
premios y nominaciones
- Premios a la mejor película, mejor actuación femenina y premio del público en el Festival de Lérida (2002).
- Mención especial del jurado en el Festival de Cine Latino de Miami (2002).
- Segundo premio en el Festival Internacional de Cine Latino de Chicago (2002).
- Tercer premio del público en el Festival Internacional de Cine Latino de Los Ángeles (2002).
- Premio a la mejor actuación femenina en la Semana de Cine Iberoamericano de Villaverde, España (2002).
- Premio Mercosur a la película favorita del público en el Festival Iberoamericano de Cine y Video Cinesul, Río de Janeiro (2002).
- Mención especial en el Festival de Cine de Santa Cruz, Bolivia (2002).
- Premio a la mejor actuación femenina en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (2002).
- Premio del público en el Festival Internacional de Cine de Paraguay (2002).
- Premio al mejor director en el Festival de Cine de Bogotá (2002).
- Nominada en el Festival de Cine de Viña del Mar (2002)
- Premio especial del jurado en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste (2001).
- Colón de Oro y Llave de la libertad en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (2001).
- Premio Radio La Habana en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana (2001).
- Premio especial y premios a la mejor música y actriz revelación, Asociación de Críticos de Cine del Uruguay (2001).