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25 watts que iluminaron el camino
La película ya había sido premiada y tocaba el momento de dirigirse a otro festival de cine en Gramado, Brasil, donde 25 Watts estaba nominada a algunos premios. A este asistirían solo Fernando Epstein (1969), productor y montajista, y Jorge Temponi (1976), uno de los tres actores principales. Llegaron en un auto de vidrios oscuros y escuchaban, afuera, los gritos de mujeres brasileras. Eran gritos de beatlemanía: fanáticos, ensordecedores, enloquecidos.
Epstein y Temponi no terminaban de entender de dónde salía el fanatismo, pero estaban encantados. Abrieron la puerta del auto y los gritos se volvieron más intensos. Gramado era Hollywood en Brasil y, ellos dos, algún tipo de Tarantino y Di Caprio. Adelante, una alfombra roja y la fama. Cuando dieron el primer paso, hubo silencio. Entendieron enseguida que las mujeres que gritaban esperaban a algún galán de las telenovelas brasileras. Así, sabiendo que el cine uruguayo siempre será uruguayo, entraron al festival.
25 Watts se estrenó en 2001, aunque se había empezado a escribir años antes, por 1996. Pablo Stoll (1974) y Juan Pablo Rebella (1974–2006), ambos directores, estudiaban cine en la Universidad Católica cuando gestaron la idea de una película que era la que a ellos les hubiera gustado ver en pantalla. En realidad, fue en la Universidad Católica donde armaron su equipo para la película. Cuando Epstein comenzó a estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación, a la primera persona que conoció fue a Juan Pablo Rebella.
Entraron caminando por el corredor de la universidad, uno al lado del otro, y enseguida tuvo la intuición de que iban a ser amigos, aunque Epstein tenía 25 y Rebella 18. Ambos tomaron la opción Creación Narrativa y allí conocieron a Pablo Stoll, a Gonzalo Delgado (1975), a Inés Bortagaray (1975), a Federico Veiroj (1976), a Arauco Hernández (1974) y a Daniel Hendler (1976).
Empezaron a hacer trabajos y cortometrajes para las materias que iban cursando y, de paso, fueron formando un grupo que no solo sería de amigos, sino también de profesionales del cine uruguayo. Escribían ideas, párrafos sueltos, diálogos cotidianos. En esa construcción de algo que no tenía forma también participó Araúco Hernández, con quien compartían clases y proyectos. Durante ese año apareció la idea que guiaría la película: 24 horas en la vida de tres personajes.
Los personajes secundarios se inspiraban en personas que los directores se cruzaban en su día a día por los barrios de Montevideo. Apenas los conocían, se ponían a escribir pensando en esos personajes. Fueron varios los que no llegaron a la película: La Sandra, Peter Punk, el Galleta. Tenían muchas escenas escritas y, de repente, las borraban. Son procesos que tiene cualquier guionista.
Ese verano, entre 1996 y 1997, Stoll se dedicó a pasar en limpio todas esas ideas. Las primeras dos páginas las escribió en WordStar y, las demás, a máquina de escribir. Eso le dijo Stoll a Fernán Cisnero en una entrevista con El País.
Y en otra entrevista, esta vez con La Red 21, Juan Pablo Rebella recuerda que ese verano la gente le preguntaba si estaba trabajando. Él respondía que estaba escribiendo un guion con un amigo y lo miraban raro. Se decía a sí mismo que era un chanta, pero también estaba convencido de su idea. Ahora bien, no tener nunca plata le daba el sentimiento de no estar haciendo nada productivo.
Fue durante la edición de un mediometraje llamado Buenos y santos que Epstein, Stoll y Rebella se consolidarían como equipo, colaborando en la isla de edición de la película para la que Epstein trabajaba. El hambre de seguir haciendo cine en una industria que, por ese entonces, ni siquiera tenía ley de cine, les hizo ganar un concurso para hacer un videoclip de la banda Exilio Psíquico. El videoclip se llamó Nico (1998) y fue su primer trabajo profesional que, de paso, apareció en MTV.
Epstein sabía que Stoll, Rebella y Hernández estaban trabajando en un guion, y sabía de qué iba, pero no lo había leído. Cuando le plantearon hacer la película, Hernández se había ido a estudiar a México y decidieron que los tres serían productores. Sin embargo, Stoll y Rebella serían directores y Epstein, montajista.
Lo que se pensó como un corto para divertirse creando, se transformó en un largometraje por la cantidad de contenido que habían juntado. Pero no les dio ganas de ponerse a filmar en verano y el tiempo pasó. Si este proceso empezó cuando tenían veinte años, lograrían producir la película recién con 25 y la presentarían al mundo con 26. Ellos crecieron, pero los personajes en los que se inspiraron mantuvieron la misma edad.
25 Watts pasó a relatar la vida de tres veinteañeros de barrio de Montevideo: Javi, Seba y el Leche. A grandes rasgos: Javi consigue un trabajo conduciendo un auto con un altoparlante que promociona una fábrica de pasta. El Leche, que intenta estudiar para su examen de italiano, quiere levantarse a su profesora. Seba camina por el barrio y termina con un grupo de vendedores de droga cuando su plan original era ir a su casa a mirar una película porno.
Un día promedio en la vida de los tres protagonistas. En realidad, 24 horas que representarían todos los días de su vida. La película no intenta, ni quiere, lograr una reflexión final ni una evolución de los personajes.
Como a casi todos los proyectos audiovisuales en Uruguay, a 25 Watts le faltaban fondos para rodar. Así que se postularon al FONA, el Fondo para el Fomento y Desarrollo de la Producción Audiovisual Nacional. De ese llamado no lograron sacar ni un peso. Perdieron con una declaración del crítico y juez Homero Alsina Thevenet. Decía que la película tenía malas palabras, por lo que no podía premiarse.
Con el fracaso anterior, no estaban seguros de querer presentarse a otros fondos. Stoll y Rebella eran de la filosofía de para qué presentarse si, de todas formas, iban a perder. Pero Epstein pensaba exactamente lo opuesto: si el “no” ya lo tenían, ¿qué perdían? Epstein agarró unos guiones impresos y los llevó a concursar. Él sabía que los tres juntos lograban cosas que ninguno solo podría lograr. Así fue como el guion de 25 Watts ganó el Fondo Capital.
¿Qué harían con 15.000 dólares? Ese era el valor del fondo y hacer una película costaba mucho más. Tras esa pregunta, Stoll recuerda que un amigo suyo le preguntó si alguna vez había tenido esa cantidad de plata, que se dejara de dar vueltas y que hiciera la película. Stoll se fue a pensar. Pensó mientras caminaba, de noche, y volvió a su casa a las 3 de la mañana. Llamó a Rebella y le dijo que, definitivamente, había que hacer la película.
Durante todo el año 1999, Stoll y Rebella buscaron locaciones y a las personas que representarían a la perfección a los tres protagonistas. A Daniel Hendler (1976) ya lo conocían, había actuado en todos los cortos que habían filmado como estudiantes.
Alfonso Tort (1978) era el cuñado de un amigo de Epstein. A él lo encontró el propio Epstein, un día que entró a su casa, porque fue a buscar a su hermana, y lo vio. Era viernes por la noche y venía de dar un examen en la EMAD. Tort estaba tirado mirando la serie animada Beavis and Butt-Head, en MTV, en un sillón. Cuando le preguntaron si no quería ir a un casting, Tort lo miró con cara de desdén, exactamente como la marmota adolescente que estaban buscando. Acabó yendo al casting y se comportó como una marmota perfecta.
A Temponi lo conocían de la Universidad Católica. Entró dos generaciones después que ellos, pero ya actuaba en casi todos los cortometrajes de la universidad. Lo invitaron directamente al casting. Sin haber sido actor profesional, Temponi entendió que en los castings no queda quien tiene más talento, sino quien se adapta mejor a cada personaje. Recuerda que tuvo que hacer un poco el ridículo, que realizó un truco de cartas fallido y que se rio mucho con los directores, que estaban ahí.
Meses después, lo llamaron para llevarle el guion porque había un papel para él. Le tocaron timbre, le dieron las hojas y pidieron que las leyera porque querían darle el papel de Javi, uno de los tres protagonistas. Le pidieron, también, que les diera una opinión. “Se me cayó la mandíbula cuando lo leí”, dice Temponi al respecto. Tort, en cambio, les dijo que la película le había gustado pero que los diálogos no, que eran poco naturales.
Eso hicieron con todos, les preguntaron qué les parecía. Su opinión importaba.
Se me cayó la mandíbula cuando lo leí
Jorge Temponi, sobre el guion de 25 Watts.
El mayor capital que tuvieron Stoll y Rebella fue la confianza de las personas que trabajaron con ellos. Todos los integrantes del equipo aceptaron participar sin cobrar, posibilitando el presupuesto ridículo de 25.000 dólares. Con la poca plata que habían conseguido en el fondo, decidieron alquilar equipos de Buenos Aires con los que rodarían durante 23 días en 16 milímetros.
24 horas en la vida de tres adolescentes de barrio durarían un febrero entero del año 2000. En realidad, ya habían durado casi seis años. Aquellas cintas en blanco y negro que tenían para rodar eran muy limitadas en cantidad: no más de cuarenta. Podrían grabar cuatro tomas por escena y, con eso, hacer un largometraje.
El primer día de rodaje, apareció un Temponi veinteañero en bicicleta por las calles de Larrañaga y La Blanqueada, donde fue el rodaje. Epstein le preguntó si había llegado en bicicleta y Temponi, con una sonrisa, respondió que sí. Se sentía “como la morocha de Flash Dance” hasta que Epstein le explicó que, si un auto lo agarraba mal y le quebraba, mínimamente, cualquier parte del cuerpo, no podrían terminar la película. Le pidió que empezara a ir en ómnibus, que podían ver de pagarle los boletos si no tenía dinero, aunque un taxi no porque no alcanzaba el presupuesto.
Después de veinte años, no hay miembro del equipo que no recuerde el rodaje con cariño. “En 25 Watts fue todo dulce”, dijo Temponi. Quizá sucedió así porque eran poco profesionales y bastante inocentes. Quizá porque hacer una película en ese estado de inocencia es algo que no se recupera. Quizá fue la energía, el entusiasmo y la juventud de un equipo que recién empezaba en el cine uruguayo. Pero eso último ellos no lo sabían.
Llegaron a filmar 48 horas sin parar. La mayoría de las veces no paraban para comer o comían mientras filmaban. En una entrevista con El Observador, Stoll recuerda que se repartían milanesas al pan en bandejas y seguían de largo. En su vida profesional, esas cosas no volverían a pasar.
Todo lo hacían sin una idea clara de por qué y para qué lo estaban haciendo. No sabían muy bien lo que venía después. Vivieron bajo un mantra de “lo hacemos ahora y después vemos”. Primero filmaron, después vieron cómo terminar. Lo importante era hacer la película. Y la hicieron.
Aunque un rodaje suele ser una complicación, por esencia, el de 25 Watts no tuvo grandes inconvenientes. Tuvieron que cambiar de auto a último momento, porque el Ford Falcon que habían alquilado había sido robado, pero aquello fue lo más grave. Incluso, Epstein y Rebella inventaron la frase “se nos están escapando las tortugas”. Los problemas eran así, tortugas, completamente atrapables apenas empezaran a caminar.
Cuando apareció el personaje del Sandía, papel interpretado por Gonzalo Eyherabide, el actor le dio una vuelta de tuerca al guion y se puso a decir cosas fuera de lo que estaba marcado. Habló como si fuera una persona que, realmente, veía mucha pornografía. Hubo tres tomas y, en las tres, el diálogo fue diferente. En el corte final de la película quedó la toma que causaba más risas.
Lo mismo pasó con el personaje que interpretaba Robert Moré. En el guion decía otras cosas y Moré lo cambió espontáneamente. Fue él quien inventó el famoso “Marmota chico” durante un ensayo. A Stoll, a Rebella y a Epstein, los tres padres de la película, les encantó. Todas esas escenas tienen en común al Seba, caminando por la calle.
Cuando terminaban los rodajes, ese Seba, ya como Alfonso Tort, volvía a su casa contento, un poco leve, en ese febrero en el que llovió poco y en el que se consolidaría como actor de profesión. Estaba feliz y realizado. Ese es su recuerdo más patente.
La posproducción duró un año. Editaban en la noche, entre las 8 y las 3 de la mañana. Epstein se sentaba a hacer de montajista mientras trabajaba durante el día en publicidad. En realidad, los tres trabajaban en publicidad.
Fue durante ese año que montaron una serie de escenas con un hilo conductor mínimo.
Las actuaciones fueron tan buenas que modificaron el guion. Por ejemplo, en la escena en la que Hendler llama a la profesora de italiano, la idea original simulaba una pantalla de videojuego en la que se le fueran quitando vidas, o sumando puntos al Leche en la medida que hablaba con su profesora. Cuando ella le dijera que se iba porque la pasaba a buscar su novio, aparecería un cartel de Game Over. Decidieron no hacerlo, porque ponerle a competir no tenía sentido.
Durante el montaje pusieron a sonar en la película a Los Mockers, una de las primeras bandas de rock uruguayas que, por el contexto cultural de su época, todavía copiaba el sonido del rock británico. Música de jóvenes para jóvenes. En Imagen, la misma isla de edición donde, de noche, se editaba 25 Watts, de día se editaba En la puta vida, película de Beatriz Flores Silva. Saldrían al público con apenas dos meses de diferencia.
Sobre las calles Maldonado y Yaro había cuatro mesitas para almorzar o tomar un café. Ahí se cruzaban Beatriz Flores Silva, que siempre está en los procesos de montaje de sus películas, y Epstein. Ellos habían crecido con referencias de Flores Silva. Sobre todo, por Pepita la pistolera como una gran pieza del cine uruguayo. A Flores Silva le gustó lo que vio de 25 Watts y le aconsejó a Epstein que se postularan al Festival de Róterdam, un festival de cine que tenía un estilo bien parecido a la película.
Cuando empezaron a mostrar la película, antes de cualquier estreno o festival, algunas personas les dijeron que era mala e irrecuperable. Incluso, les dijeron que había sido una lástima que hubieran perdido toda esa plata y todo ese tiempo haciéndola. A Stoll, Rebella y Epstein, sin embargo, les seguía pareciendo una buena película. Cuando se la mostraron a los tres actores principales, los hicieron sentarse en un sillón y mirarla desde una televisión en VHS. A ellos también les pareció muy buena.
La mandaron a Sundance, donde Stoll y Rebella habían quedado finalistas del concurso de guiones. No la aceptaron, les dijeron que no les interesaba. Leyendo una revista de cine, Stoll se enteró que había un festival en Róterdam que tenía un fondo que se llamaba Hubert Bals. El mismo al que Flores Silva les había aconsejado que se postularan, porque ellos todavía no sabían que alguna organización podría darles dinero para pasar la película a 35 milimetros.
El fondo Hubert Bals ya había ayudado al argentino Pablo Trapero con su primera película, Mundo grúa, que también era en blanco y negro, mientras ellos rodaban 25 Watts. Así que mandaron el VHS de la película. La edición estaba terminada en video, pero como habían filmado en 16 mm, tenían que hacer lo que se llama un blow up, pasarla a 35 milímetros. En ese formato pasaban películas en salas comerciales y era necesario para distribuir una película y llegar a cualquier festival.
El costo de eso, más la mezcla de sonido, era de unos 10.000 dólares. Una vez más, no los tenían.
Pero el fondo Hubert Bals apostaría por su película y se los daría. Con esa plata, harían todos los procesos en Buenos Aires. Desde el propio fondo les aconsejaron que mandaran la película, también, al Festival de Róterdam. Aunque los tiempos se les desfasaron, porque el fondo todavía no había decidido si les daba la plata al momento de la recomendación. Necesitaban ese apoyo para ir al festival.
Ganaron el fondo, pero no era suficiente para cubrir los costos. Por esos días, Hendler había hecho un comercial en Argentina donde le habían pagado bien. Él fue el que les prestó los 10.000 dólares para pasar, rápidamente, la película a 35 milímetros. En una entrevista con Galería, Stoll recuerda que llegaron al festival con Rebella y con Bárbara Álvarez, directora de fotografía de la película, pero sin Epstein. Los procesos se habían atrasado y, una vez más, se encontraban desfasados.
En el 2001, comunicarse con Epstein implicaba ir hasta un cibercafé, mandar un mail y volver cinco horas después a ver si había contestado. Mientras los nervios crecían desde Ámsterdam, Epstein había logrado tener la caja con las copias de 35 mm. Por su peso, tuvo que pelear para que lo dejaran subir al avión con la caja, porque no quería mandarlo por la bodega. Y tuvo razón, porque sus valijas llegaron la mañana siguiente a la función para el público.
La primera función, según Stoll, fue mágica: el público se reía donde no había que reírse, el embajador uruguayo que fue a verla se fue en la mitad y ellos vieron su película en la pantalla más grande que habían visto en su vida. Ganaron un premio de 10.000 dólares, que serían los que le devolverían a Hendler. Ese festival sí que no esperaban ganarlo.
Ahí, en Róterdam, se proyectó la primera película de sus vidas, tanto de los tres protagonistas como de Rebella, Stoll y Epstein. En el festival les preguntaban cuándo iban a sacar su segunda película y ellos, en realidad, estaban emocionados por estar en un hotel cinco estrellas con televisión por cable.
Estando en Róterdam, conocieron a muchas personas. Entre ellos, varios argentinos y al director del festival BAFICI, festival internacional de cine en Buenos Aires. A 25 Watts la habían mandado a concursar al Festival de Mar del Plata y aquel director les recomendó que no fueran, a pesar de ser un festival categoría A, y que se presentaran a su festival porque era mucho más parecido al de Róterdam.
Días después, el equipo se fue a Ámsterdam antes de desperdigarse por Europa y se juntaron en un cibercafé a mandar mails y noticias a sus familiares. Era enorme, tecnológico y de color naranja, porque era de la marca Orange. Epstein, entre otros mails, mandó uno al Festival de Mar del Plata avisando que no iban a presentarse, porque para su película era mejor ir al BAFICI.
Con mucha formalidad y educación, redactó un correo que, media hora más tarde, estaba siendo respondido pidiendo que por favor no se bajaran del festival. Una vez más, volvieron a responder que lo lamentaban, pero que la decisión estaba tomada. Quince minutos más tarde, recibieron un correo avisando que no tenían idea de lo que estaban haciendo porque a la proyección de su película iría el presidente de la República, el Dr. Jorge Batlle.
Stoll pidió permiso para responder él el siguiente mail y escribió: “Estimados, la decisión está tomada y a ese señor ninguno de los que hizo la película lo votó. Fue en el BAFICI donde Temponi, Tort y Hendler ganaron el premio compartido de mejor actor y, la película, recibió el premio de la crítica.
«Un barrio. Tres pibes. 24 horas”. Esas palabras se leían impresas en pósteres que tapizaban la ciudad antes del estreno de 25 Watts en Montevideo. Ahora sí, estrenarían en su país. Fue en Cinemateca, cuando todavía tenía su sucursal en 18 de Julio. La película se estrenó en junio de 2001. Seguía en cartel En la puta vida, de Beatriz Flores Silva, estrenada un mes antes y que estaba teniendo un éxito de público arrollador. Ambas se habían proyectado por primera vez en Uruguay en abril, en el Festival de Cinemateca.
De pronto, después de los intentos del cine uruguayo por despegar, que se fueron sumando desde la salida de la dictadura, se presentaron, al mismo tiempo, dos escuelas con las que tomó fuerza la industria. De repente, la posibilidad de un cine uruguayo reconocido estaba cada vez más presente. Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella ya tenían 26 años y sería la primera vez que se escucharía hablar de ellos.
Al estreno en el festival de Cinemateca acudió todo el equipo y comenzaron a darse cuenta de que el público entendía los chistes. En realidad, no solo los entendía, sino que se reía y aplaudía. A Stoll y a Rebella les parecía increíble que en las dos funciones en las que se estrenaba 25 Watts había una fila larguísima para ingresar. En esa misma sala, ellos veían otras películas, las películas de los grandes.
Del después se acuerdan poco. Fueron a festejar, a tomar una cerveza por la zona, pero no mucho más. Al igual que el cine uruguayo, a 25 Watts la atravesaron pocos lujos, incluso después del estreno. Con una cerveza en la mano y con su ópera prima recién estrenada, Rebella y Stoll todavía no sabían que cambiarían el rumbo del cine en su país.
25 Watts demostró que el cine uruguayo era un cine posible. Sobre todo, demostró que nuestro cine también podía ser un gran cine.
Explorá el barrio Larrañaga, donde se filmó 25 Watts.
¿Querés ver cómo cambió el barrio Larrañaga desde que se filmó la película?
¿Qué dicen los críticos?
Conversamos con seis críticos uruguayos para conocer sus opiniones sobre 25 Watts
ficha técnica
dirección
Pablo Stoll / Juan Pablo Rebella
guion
Pablo Stoll / Juan Pablo Rebella
producción
Inés Peñagaricano / Fernando Epstein
dirección artística
Gonzalo Delgado Galiana
dirección de sonido
Daniel Yafalian / Sebastián Cerveñansky
fotografía
Bárbara Álvarez
montaje
Fernando Epstein
asistente de dirección
Manuel Nieto Zas
elenco
Daniel Hendler / Jorge Temponi / Alfonso Tort
país
Uruguay
fecha de estreno
1 de junio de 2001 (Uruguay)
género
Drama / comedia
duración
92 minutos
formato de captura
16 mm
formato de exhibición
35 mm
productora
Control Z Films
distribuidora
Cinema Tropical
presupuesto
USD 15.000
premios y nominaciones
- VPRO Tiger Award y Premio MovieZone (jurado joven) en el Festival Internacional de Cine de Róterdam (2001)
- Premio a la mejor actuación masculina y premio FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine Independiente, Buenos Aires (2001)
- Premio al mejor guion y premio La Gran Ilusión Magazine en el Festival de Lima (2001)
- Mención especial del jurado en el Festival Internacional de Cine Cinema Jove, Valencia (2001)
- Mención especial del jurado en el Festival de Cine de Bogotá (2001)
- Premio al mejor largometraje en el VIII Festival de Cine Independiente L’Alternativa, Barcelona (2001)
- Premio Coral a la mejor opera prima en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (2001)